Una siesta en Puerto Ruiz

Cuna de poetas y esplendores que ya no están. Un camino recientemente inaugurado lo conecta con Gualeguay y con nuevas posibilidades. Una crónica sobre el puerto de los gualeyos.

La localidad de Puerto Ruiz está ubicada sobre la margen derecha del sinuoso río Gualeguay

Por Santiago Joaquín García

Un perro duerme al sol. El viento pasa chiflando hacia el norte, y la poca concurrencia convierte a la siesta en la mejor opción. Son casi las dos de la tarde cuando llega el colectivo y, apenas baja un pasajero, el kiosco decide cerrar sus puertas. Nadie va a comprar nada, pese al cartel: “bebidas bien heladas”, “hay casi todo”, avisa y enumera. Sobre la costa, una pareja toma mate para sacarse el frío y mira hacia el río, que se mueve orgulloso por los centímetros que ha crecido después de tanta seca. Las cañas están en guardia como granaderos, pero no pica nada por ahora. En la plaza, renovada hace no muchos años, hay una señora con dos nenes. Casi que juegan en silencio. Una nena se escapó del sopor y juega sola en la vereda. El resto del pueblito, un puñado de casas sobre calles de piedra y tierra, está manso, por demás. Ahora que no se inunda se puede proyectar un poco. Se ven algunos palets de ladrillos frente a las casas. Algunas tienen sus carteles: “hay pescado”, “hay filet”, “hay miel”. De vez en cuando, llegan ciclistas, vestidos como si fueran a competir en el Tour de Francia. Son beneficiarios de la nueva ruta provincial 136 que conecta los diez kilómetros que separan a Puerto Ruiz de Gualeguay. El camino al Puerto (así se le dice por estos pagos), tantas veces prometido, se inauguró hace un par de años. Para los pobladores del Puerto ha sido un cambio sustancial, pero todavía no se ha podido explotar todo su potencial.


La localidad de Puerto Ruiz está ubicada sobre la margen derecha del sinuoso río Gualeguay, nueve kilómetros al sur de la ciudad homónima. Su nombre puede ser un homenaje a dos hermanos que lo habitaron en sus orígenes, a mediados del siglo dieciocho. Su razón de ser original fue reemplazar el Puerto Barriles que estaba ubicado en el Parque Quintana de Gualeguay. Vivió su apogeo a partir del año 1866 cuando se inaugura el ferrocarril Primer Entrerriano que lo conectaba con la ciudad. De aquella época gloriosa todavía quedan los enormes galpones y silos hoy reconvertidos para guardar lanchas y embarcaciones. Supo ser la salida de toda la producción del sur de la provincia (saladeros, aceiteras, peleteras, molinos, granos). Sin embargo, la falta de profundidad del Gualeguay, sumado al crecimiento de otros puertos como el de Rosario, lo fueron desplazando hasta volverlo un recuerdo. Su hijo más famoso es Juanele. En una calle que hoy lleva su nombre, el 11 de junio de 1896, nació Juan Laurentino Ortiz, uno de los escritores más importantes de nuestro país. Su casa todavía sigue en pie, habitada por descendientes suyos. Esto dice el poeta sobre la siesta:

El viento entra en el sueño
como una música que
trae el anhelo del campo,
ya extático o vagabundo,
soñando con sus secretos,
o tendido al horizonte

Cuando Puerto Ruiz dejó de ser salida para la producción industrial, y ya no había changas para hacer, sus pobladores tuvieron que dedicarse en su mayoría a la caza y la pesca. Muchas familias llevan una tradición de cuarenta años o más viviendo de lo que el río les pueda dar. Podemos nombrar a los Martínez, los Arellano, los Saavedra, pero siempre nos quedaría alguna familia afuera. También se dedicaron a los carpinchos, las nutrias y a todo lo que se pudiera cazar en la isla y alrededores. Esa población del Puerto, con sus casas bajas y levantadas con mucho esfuerzo, venía reclamando un camino hace años. Cada vez que llovía, la conexión con Gualeguay se cortaba y eso hacía la vida más dura todavía. Así lo recuerda Dolores, quien fue maestra durante casi veinte años allí: “Comencé a trabajar en la escuela de Puerto Ruiz en 1983. En esos tiempos el camino era de tierra y cuando llovía era muy pantanoso, no había ni un medio de transporte. La gente se inundaba casi todos los años, algunas veces con tanta intensidad que tenían que trasladarse a los galpones del ferrocarril en Gualeguay. Para seguir con las clases nos daban lugar con turnos en alguna escuela. Eran situaciones muy angustiantes porque las familias se amontonaban en pequeñas carpas dentro de los galpones”. La escuela al igual que entonces sigue siendo un espacio de contención, con comedor y todo. 

Volvemos a la siesta. Hace poco, en Semana Santa, mucha gente se acercó a comprar el pescado para el viernes. Después suelen olvidarse, salvo los amantes de la pesca. Las únicas personas que visitan el Puerto todo el año, fuera de sus pobladores, son quienes se dedican a la pesca deportiva. En los últimos años, con la mirada puesta en el ambiente, la actividad deportiva de la zona se ha inclinado hacia la pesca y devolución. Sacan el pez, se toman alguna foto y lo devuelven al río con vida. Desde luego, se trata de personas que pueden embarcarse en una lancha y no viven de lo que el río les da. El contraste es importante y todavía no se ha podido encontrar un punto de encuentro y trabajo en conjunto que permita el desarrollo de los pobladores. Javier vuelve en su lancha y nos cuenta: “Es un punto de encuentro para quienes amamos la pesca. Desde chico, cuando mi viejo nos decía que veníamos a pescar, nos poníamos a hacer pozos y a buscar lombrices, porque no se pescaba mucho con tripero. Ahora cambió mucho con el camino, antes estaba re complicado venir, porque estaba todo roto, muy poceado y lleno de barro. Igual, acá se conservan las mismas costumbres de siempre”. 

La bandera argentina flamea en la comisaría y en la prefectura, guardianes de la tierra y las aguas. Un par de gallos y gallinas que tampoco duermen la siesta andan por la calle. Como un cinturón que recorre el pueblo, un terraplén de seis metros de altura anuncia que, por ahora, no va a inundarse. Un cartel saluda a los turistas: “Gracias por su visita. Buen viaje”. Vuelvo al camino. No son más de diez minutos respetando la velocidad máxima. Muchos animales a los costados, más que nada terneros. Una rueda de camión anuncia la entrada de una estancia, y el agua acumulada de la lluvia que pasó. La copa de unos árboles bien bajitos coincide con la altura de la ruta. Esta vez fue el pueblo, dormido, y la próxima será algún vecino o vecina quien cuente la historia. Ya no está aislado Puerto Ruiz. Aunque muchas personas vayan para disfrutar de estar sin señal de telefonía celular, ya no está aislado. Eso es un avance, muy importante, pero todavía falta. Un camino siempre conduce a algo. Resta saber hasta dónde llegará el pueblo con esta oportunidad.