El colectivero de Ñancay que quiere otro futuro

Marcelo Bañulis es una de las 250 personas que viven en ese paraje del sur entrerriano, donde se improvisan ambulancias y el agua potable recién se hizo cotidiana hace dos años. Un recorrido por los viejos tiempos y los actuales.

Por Fermín Tristán

Desde 1996 se encarga de transportar alumnos en el colectivo escolar. Recuerda toda una vida en el paraje del sur entrerriano, que para él hoy está olvidado. Recuerda los años sin luz eléctrica que quedaron atrás, pero también un presente sin ambulancias.

A 17 kilómetros de las rutas 12 y 14 y de Ceibas, está situado el paraje rural Ñancay. Hace algunas décadas es Junta de Gobierno y sus 250 habitantes (aproximadamente) viven del campo.

Marcelo Alfredo Bañulis es un vecino del lugar. El destino, como la gran mayoría de los isleños, hizo que naciera en Gualeguaychú en 1972, pero “rápidamente me fui a la isla, porque mi padre era de Sagastume Chico y mi madre de acá”. En el paraje ribereño “hice hasta quinto grado y me vine a Ñancay allá por el 82, tenía 10 años”. 

Recuerda etapas difíciles: “Cuando no había luz eléctrica, al agua había que acarrearla con baldes desde los pozos. La ruta 14 era de ripio, pero casi en esa fecha se asfaltó”, dice. Busca en su memoria y se le vienen algunas imágenes: “La gente vivía del campo, eran peones, cazadores. Aún hoy mayormente son las tareas principales, se asoma el turismo, aunque falta mucho para que sea algo de qué vivir”. Y agrega: “Antes se vivía cómo se podía, no había ni salita de primeros auxilios, solo la escuela”. 

“Cuando no había luz eléctrica, al agua había que acarrearla con baldes desde los pozos. La ruta 14 era de ripio”, recuerda sobre su infancia en islas

Pese a esas carencias, a Marcelo Ñancay le encantó y se quedó. Primero trabajó en una estancia en la que hacía leña en los montes, un trabajo que aún persiste por estos pagos. Hasta que en 1996 entró como chofer del colectivo escolar: “Me cambió la vida”, asegura.

Marcelo cuenta que en Ñancay, como en cada rincón de la Argentina, hubo tiempos de bonanzas. “El paraje se fue acomodando un poco, a mediados de los 80 se formó una Junta de Gobierno y se empezó a modernizar el lugar”. Sin embargo, las falencias seguían: “Muchas veces me ha tocado salir con mujeres embarazadas y enfermos en diferentes autitos que fui teniendo. Peleamos siempre por una ambulancia y hasta el día de hoy no existe”, remarca. Incluso los servicios más básicos representaban un problema: “Hasta hace dos años, el agua potable no era de calidad”.

«Peleamos siempre por una ambulancia y hasta el día de hoy no existe”

Quizás sea por esas falencias que Marcelo decidió involucrarse un poco en política. “En 2007 me animé y fui candidato a presidente de Junta de Gobierno para ver si podía cambiar algo. No se dio, la seguimos peleando y volví a presentarme en las elecciones pasadas porque acá está todo abandonado y la Junta de Gobierno se estancó, no hay buenos caminos, sin ambulancia como te dije y muchas carencias”.

Marcelo grafica con un ejemplo esa caracterización de “olvido” con la que pinta a Ñancay: “Para trabajar tuve que venirme a Ceibas, mi casa está en Ñancay y yo la verdad que quiero vivir en mi casa, en mi lugar. No veo que se piense mucho en nosotros porque la salita de primeros auxilios, por ejemplo, con lo poco que tiene, no abre los fines de semana, así que tampoco se puede pensar en trabajar con el turismo, porque si les pasa algo, no hay atención posible, ni hablar si le pasa algo a cualquier vecino”.

En el paraje, Marcelo es conocido por sus múltiples tareas o oficios: el chofer de escuela, el ambulanciero improvisado y el que siempre, de una forma u otra, trata de que Ñancay mejore y sea un lugar digno donde vivir.